Sebastián tiene 5 años y le cuesta mucho poder quedarse quieto en el aula, miente con frecuencia sobre lo que le sucede tanto en el colegio como en su casa y en ocasiones no cumple con las tareas que la profesora da; más de una vez la profesora le pide que se siente, que preste atención o que no fomente desorden entre sus compañeros; el rendimiento académico de Sebastián es promedio, no es un mal alumno pero tampoco es brillante y socialmente no tiene muchos amigos, durante el recreo juega bruscamente y le cuesta integrarse a los juegos de los demás. Cuando es derivado al Departamento Psicopedagógico es evaluado obteniendo como resultados un coeficiente intelectual superior y un nivel alto en sus habilidades para el aprendizaje. Es muy probable que con el transcurrir de su etapa escolar Sebastián vaya pasando por diferentes aulas y profesores sin aprender realmente lo que sus capacidades cognitivas, en una adecuada relación con sus emociones, le permitirían y privándose de convertir en aprendizajes muchas de las experiencias enriquecedoras que él viva.
Desde hace ya bastante tiempo se ha venido comentando la importancia del “manejo de las emociones”, formándose también un interesante debate entre corrientes sobre si las emociones son realmente manejables o capaces de controlar. Lo que sí es cierto es que en el eterno camino de autoconocimiento es necesario poder reconocer nuestras emociones para luego aprender a expresarlas adecuadamente. Es así, no podemos aceptar lo que no conocemos y no podemos querer lo que no aceptamos.
Daniel Goleman, uno de los pioneros en el tema de inteligencia emocional sostiene que los estudiantes estarán más dotados para la vida si en su programa de estudios, además de los fundamentos académicos, se incluye una preparación en los fundamentos de las habilidades sociales y emocionales. Esto implicaría que dentro de las aulas no solo se impartan conocimientos, guiados por una estática currícula anual, sino también se facilite al estudiante un espacio adecuado y la oportunidad de poder explorar su mundo interno y social, y además es importante que un espacio similar sea vivido también por los docentes quienes en su rol de tutores, al igual que los padres, serán los que ofrezcan al niño y adolescente una base segura que brinde fortaleza, que en un futuro se convertirá en un lugar seguro desde donde la persona se aventurara a explorar, para aprender algo nuevo y para alcanzar metas.
En 1995, Daniel Goleman y colaboradores fundaron el Collaborative for Academic, Social and Emotional Learning (CASEL), una organización que se centra en el uso del aprendizaje social y emocional como parte esencial de la educación, en donde se proponen cinco grupos básicos de habilidades o aptitudes que construyen la inteligencia emocional y que pueden cultivarse en casa y en la escuela, estas son:
- Autoconciencia: identificación de emociones, pensamientos, sentimientos y la fortaleza de cada uno, y darse cuenta cómo influyen en las decisiones y las acciones.
- Autoconciencia social: Identificar y comprender los pensamientos y sentimientos de los demás desarrollando la empatía, y ser capaz de adoptar el punto de vista de otros.
- Autogestión: En base a nuestro auto-conocimiento y auto-aceptación establecer objetivos a corto y largo plazo, y hacer frente a los obstáculos que puedan aparecer.
- Toma de decisiones responsable: Generar, ejecutar y evaluar soluciones positivas e informadas a los problemas, y considerar las consecuencias a largo plazo de las acciones para uno mismo y para los demás.
- Habilidades interpersonales: Expresar rechazo a las presiones negativas de compañeros y trabajar para resolver conflictos con el objetivo de mantener unas relaciones sanas y gratificantes con los individuos y el grupo.
Según la neurociencia, la propiedad de neuroplasticidad del cerebro del hombre desde niño hasta los 20 años nos indica que el modelado de los circuitos cerebrales durante este periodo de crecimiento depende, en gran medida, de las experiencias diarias del niño. Si los niños como Sebastián, desde la primera infancia, tuvieran un espacio donde se les enseñe a observar y escuchar sus emociones, validarlas y darles un lugar llegará un momento en el que el niño, adolescente y más adelante adulto sabrá vivir sus emociones saludablemente.
Es entonces cuando se presentarían menos casos de niños con problemas de rendimiento escolar, ya que los problemas emocionales influirían en menor medida en el proceso de aprendizaje y la capacidad de atención- concentración y motivación dentro del aula podrían mejorar logrando así un mejor desempeño. Se tendrían además herramientas para un adecuado afrontamiento de conflictos y relaciones saludables con el entorno social y familiar, pudiendo reconocer sus capacidades, sintiéndose capaces de solucionar sus problemas, manifestar libremente sus emociones y pensamientos respetando al otro, y pidiendo ayuda cuando la necesite.
Durante la niñez podemos fomentar el desarrollo de la inteligencia emocional a través del juego, en donde el niño podrá a través del “como sí” experimentar diferentes soluciones a los problemas reales, podrá interpretar distintos roles y de esa manera expresar lo que está sintiendo y pensando, de igual manera podrá poner en práctica su tolerancia a la frustración y hacia los demás, todo esto acompañado de las palabras de un adulto que le ayudará a entenderse a sí mismo y a entender e ingresar al mundo social. Dentro de casa es importante establecer una dinámica congruente entre las emociones y las acciones, en donde las muestras de afecto no sean algo condicionado a una buena conducta y en donde la firmeza y la ternura coexistan para brindar un adecuado continente a nuestros hijos.
Lic. Muriel Hermoza Aurazo
Libros de referencia:
Inteligencia emocional infantil y juvenil - Linda Lantieri y Daniel Goleman – Editorial Aguilar
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