Compartimos fragmentos de un artículo del P. Carlos Marín Gutiérrez en su libro Escuela y Familia… ¿Educan en Valores?, Ideas para una propuesta pedagógica; de la Editorial Paulinas
El joven que no fuma porque en su escuela está prohibido hacerlo, está actuando dentro de una ética de normas establecidas por la autoridad escolar. El joven, en cambio, que no fuma porque –esa es su motivación fundamental-, NO quiere hacerse daño –a su salud-, se está moviendo en una dinámica de Valores, está tomando decisiones personales a la luz o a partir de auténticos valores.
Para un joven que está en plan de decidir si fuma o no, lo que debe preocuparle ante todo no es violar el reglamento escolar, puesto que lo prohíbe, sino que si fuma le hace daño a su salud.
Por ello, pensando en una sana pedagogía, el educador que tiene un claro sentido de los Valores, no escribe en la cartelera: “En esa escuela está prohibido fumar”, sino “FUMAR ES NOCIVO PARA LA SALUD”, y lo hará si realmente se propone genera auténticos proceso personales de valoración.
Pongamos otro ejemplo: Cuando un católico participa en la Misa dominical o festiva y lo hace por cumplir un precepto o mandato de la Iglesia, por o caer en pecado, está moviéndose en el ámbito de una ética de preceptos. Pero si lo hace porque siente la necesidad de santificar el día del Señor y de celebrar su fe religiosa con un grupo de hermanos, está actuando indudablemente en la dinámica de una ética de Valores Religiosos.
Por tanto nos declaramos convencidos de que la vida humana (desde los niños hasta los adultos), debe ser pensada y construida, vivida, amada y cuidada desde auténticos Valores. El amor, el trabajo, la disciplina, la amistada, el respeto a la autoridad, la convivencia humana, la responsabilidad personal y social, la solidaridad, etc., no pueden ser percibidos, ni sentidos, ni asimilados, y mucho menos vivido por los niños, como órdenes emanadas de la rectoría, del coordinador de área o del profesore de educación física.
La experiencia nos ha mostrado que el recurso a las normas o a los reglamentos escolares tiene lugar, casi en todos los casos, cuando los educadores no son dueños de un sólido pensamiento pedagógico, ni tienen en su haber educativo una sana práctica pedagógica.
(…)
Si quisiéramos resumir lo que venimos diciendo, lo haríamos con esta frase:”PEDAGOGÍA, SÍ, REGLAMENTOS ESCOLARES, NO”. A no ser que un Rector, buen pedagogo, o un equipo de buenos pedagogos, se decidan a darle un vuelco total a lo que hasta ahora conocemos como reglamentos escolares.
Lejos de nosotros ésta la intención de preferir o aprobar la anarquía en la vida familiar y en la escolar. Pedagogía y anarquía no son la misma cosa. Si lo que se quiere lograr es que los niños descubran el sentido, el valor, la belleza y la fecundidad de la vida humana, y que lleguen a vivirla como una vocación y una tarea, no son las prohibiciones, sino la pedagogía la que abre el camino.
Un buen camino para lograrlo es privilegiar en cada situación o circunstancia el lenguaje de los Valores sobre el lenguaje de lo mandado o de lo prohibido. Es la persona del niño la que realmente importa y debe preocupar, no el cumplimiento de una norma. Esto último, si se entiende bien, tiene grandes implicaciones en el campo de la concepción y en el de la práctica pedagógica tanto familiar como escolar.
Lo que realmente educa, forma o hacer la persona es la relación pedagógica entre el educador y el niño o el joven. Los niños van a la escuela porque sienten la necesidad de crecer como seres humanos, porque quieren llegar a ser hombres y mujeres en plenitud. Si las cosas se quieren definir desde los niños mismos, hay que decir que es la necesidad de ser, la razón y la misión de la familia y de la escuela.
En esta línea de pensamiento “buen alumno” no es simplemente aquel que “obedece”, aquel que “cumple el reglamento”; tampoco el que alcanza un buen nivel de “excelencia académica”, sino aquel que crece humanamente, aquel que se hace hombre o mujer, aquel que aprende a razonar, aquel que usa la razón para juzgar y para decidir.
Es una manera de ser hombre o mujer, de pensar y de obrar lo que la familia y la escuela deben ayudar a construir. Una forma de ver y entender el mundo, el amor, la amistad, el trabajo; unos criterios, unas certezas, desde las cuales los niños piensen la vida y la convivencia humana; una cultura que sepa armonizar libertad y corresponsabilidad, autonomía e interdependencia.